Todos los caminos llevan a…
Decían, cuando el imperio que dominaba en Europa y en la parte
occidental de Asia era el romano, que todas las calzadas acababan llevando,
tarde o temprano, a la capital, a la ciudad eterna, a Roma.
Alguien aún más antiguo, poseedor de sabidurías ya casi
ignoradas y muchas perdidas quemándose en compartimentos secretos de edificios
laberínticos, guía en su infancia del gran Alejandro, ya sostenía que cada
humano es un pequeño mundo, un microcosmos. También se atrevía a postular que los humanos,
por naturaleza, estamos hechos para existir en comunidad. Esos microcosmos
trazan sus trayectorias que van, vienen, finalizan, se cruzan con otras,
chocan, cambian de rumbo. Son nuestras
vidas.
Y para mejorar su sabor, -el gran abuelo Vassilis nos enseñaba en su bazar-, necesitamos
sal, y especias, pero no unas que nos hagan encerrarnos en nosotros mismos, véase
el comino, sino otras que nos hagan mirarnos a los ojos, la canela, por
ejemplo. Y ellas pueden encontrarse en las señalizaciones que inundaron nuestro
instituto, que marcaron dónde podemos encontrar mundos que hagan más ricas
nuestras vidas. Mirad, mirad un poco más abajo…
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